Me cuelo en la cola, me salto un semáforo, me subo al tren el primero, engaño a mi jefe, pago todo lo que puedo de menos a Hacienda, me hago la víctima y me atienden el primero, siempre que puedo me llevo algo sin pagar, mi beneficio ante todo...
¡Qué listo soy!
Aquí el que no es listo es tonto, y o somos unos vivales o nos tomarán por pardillos. Esa es la mentalidad en la que hemos crecido y que nos ha inculcado la sociedad de la formamos parte. En España engañar a Hacienda es motivo del reconocimiento de los demás, menos de Hacienda claro, de la que aún no hemos tomado conciencia que somos todos.
Parece ser la idiosincrasia propia de los latinos (aunque seguramente no exclusiva).
Cada semana vamos a un supermercado a comprar, y en el aparcamiento siempre está ocupada la plaza de minusválidos, pero el automóvil nunca lleva el distintivo de tal. En ocasiones vemos como aparca la persona en cuestión, y se va andando tranquilamente a comprar. ¡Claro, es la plaza mejor situada! Más de una vez hemos pensado en decirle algo a estas personas, pero al final no nos atrevemos ante el temor de que se nos encare y nos diga el consabido "pero si ahí no aparca nunca ningún minusválido". Pedazo de argumento.
Así somos y así nos moriremos. Lo que sucede es que después se nos llena la boca hablando de nuestras excelencias, y claro, eso, no es muy coherente precisamente, pero ¿qué más da la coherencia si consigo hace lo que quiero?
Por Cástor y Pólux.
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