Ayer jueves fue un día que tuvo algo de especial. Astronómicamente la Tierra se situaba en su órbita alrededor del sol en una posición tal que sus dos polos se encuentra a igual distancia del Sol, durando el día lo mismo que la noche. Hablando con más propiedad diríamos que el Sol pasa por el ecuador terrestre.
A ese hecho tan particular se le llama equinoccio (del latín aequinoctium, que significa noche igual).
Sucede ese hecho dos veces al año, una en marzo, entre los días 20 y 21, dando lugar al comienzo de la primavera (equinoccio de primavera), y entre los días 21 y 22 de septiembre (equinoccio de otoño), dando lugar al comienzo del otoño.
Así que ya ha empezado la primavera, al menos astronómicamente, lo que no deja de ser una cuestión física y matemática (no hay más que calcular la órbita). A partir de ahora los días comienzan a durar más y las noches menos, hasta llegar al solsticio de verano, último día de la primavera, en el que el día es el más largo del año y la noche la más corta. A partir de ahí, y durante todo el verano, los días van decreciendo poco a poco, hasta el siguiente solsticio, el de invierno, con el día más corto del año y la noche más larga, a partir del cual comienzan de nuevo a ser poco a poco los días más largos y las noches más cortas. Un ciclo que se repite cada año, con dos equinoccios (ambos con igual duración de días y noches) y dos solsticios (uno con el día más largo del año y la noche más corta, y otro con el día más corto del año y la noche más larga).
La Tierra sigue dando vueltas y vueltas, cientos, miles, millones de vueltas alrededor del Sol, y nosotros subidos en ella, casi ajenos a ello, andamos sumidos en nuestros problemas mundanos.
Por Cástor y Pólux.
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