Ayer nos preguntábamos qué tipo de educación hemos dado a los qie son ahora jóvenes para que no se haya adelantado nada en cuestión de educación y respeto, valores fundamentales para la vida en libertad dentro de la sociedad. Más bien lejos de haber adelantado más nos parece haber retrocedido algo.
Creemos que así como los padres nunca estuvieron preparados pedagógicamente en la educación más férrea heredada de la postguerra de nuestra contienda civil, tampoco lo han estado ahora cuando la libertad entró de lleno en la relación paterno-filial. La libertad es algo muy bueno, de un valor enorme, pero si no se sabe gestionar produce cierta anarquía en la educación derivada de la creencia de que la libertad es un bien en sí mismo. No, la libertad hay que conquistarla, aprender a apreciarla y sobre todo saber definirla dentro del marco en el que se ejercita, pues la libertad tiene e impone límites, los de la convivencia. Y estos límites tal vez han sido los que pedagógicamente los padres no hemos sabido enseñar.
Mi libertad no me da derecho a interferir en la vida y la libertad de otras personas, y no entender esto es un error que nos lleva a una mala convivencia. No se da importancia a lo ajeno. ¿Por qué se aparca constantemente en plaza de minusválido sin serlo, o delante de una cochera, o un joven no se baja de la acera para dejar pasar a un anciano, o nos reímos de las debilidades del otro, o intentamos colarnos siempre en una cola, o no cedemos nuestro asiento a alguien que lo necesita más? Si estas pequeñas cosas, que son sólo eso, pequeños gestos, no somos capaces de hacerlas, ¿cómo vamos a hacer lo que cuesta más, como respetar las ideas ajenas, debatir en un programa sin llegar al enfado, dar nuestro brazo a torcer cuando advirtamos nuestro error, ganar unas elecciones sin inquina hacia los que las han perdido, o conciliar la democracia y la libertad con el respeto hacia las minorías, por poner algunos ejemplos?
Es un tema complejo, pues son más los aspectos que intervienen en la educación. Pero lo que nos parece claro es que la libertad, por sí misma, no es ningún valor si no incluye sus propios límites para ejercerla.
Por Cástor y Pólux.
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