Somos como niños. Generalmente reproducimos los patrones de comportamientos que ya exhibíamos cuando siendo infantes nos relacionábamos con otros (nos peleábamos o le dejábamos probar nuestro bocadillo). No nos referimos a la personalidad, sino al comportamiento social. Aprendimos, con la amalgama de nuestro carácter, lo que nos ensañaban los mayores con su ejemplo.
Por eso de mayores nos parece que somos como niños con el comportamiento adaptado a la vida adulta. En el fondo nos relacionamos de igual manera pero con la complejidad propia de nuestra vida: el jefe, la ambición del compañero, amistades condicionadas, insatisfacciones vitales. Pero a la hora de ser crueles somos tan crueles como un niño, con más consciencia de ello, pero igualmente crueles.
No creemos en la bondad inocente de los niños, dejamos de creer en ello cuando dejamos de ser niños, o tal vez antes. Cosa distinta es la conciencia de maldad que puedan tener, que también pueden tenerla pero que no es tan definitoria en ellos como en los mayores, más definidos por una autoconsciencia que no está tan desarrollada en los infantes, quienes se guían más por el autointerés.
Por Cástor y Pólux.
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