Que pena que, en general, nuestros profesores no nos supieran inculcar el amor por las matemáticas. Suponemos que es porque ellos tampoco las amaban, pues de otro modo habrían sabido transmitirlo.
Las matemáticas siempre fueron, y supongo que siguen siendo, nuestras enemigas, una especie de artificio encaminado a las ciencias de "altos vuelos" que sólo algunos privilegiados podían entender, y que sólo servía en nuestro paso por el colegio para bajarnos la nota media.
En cualquier tipo de conocimiento lo primordial, lo fundamental es adquirir una buena base. Antes de aprender una ciencia, un saber, hemos de entender cuál es su razón, a qué está encaminado, hasta donde nos puede llevar y cuáles son sus conceptos más básicos. De nada sirve aprender si no sabemos para qué aprendemos.
Después de conocer su razón de ser se debe inculcar el amor al que nos hemos referido antes. Si aún así no nos gusta no pasa nada, tal vez no sea nuestra vocación, pero al menos eliminaremos la posibilidad de odiar algo que podría haber llegado a ser nuestra vocación sólo porque otros que tenían la obligación de ayudarnos a verlo no supieron hacerlo. Lo demás ya es responsabilidad nuestra.
Cuánta responsabilidad tienen los profesores en nuestra elección de futuro. Más de la que muchos creen y más aún de la que muchos más hayan estado nunca dispuestos a admitir.
Por Cástor y Pólux.
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