Qué bellas son las ciudades iluminadas por las noches, con esas luces entre amarillas y anaranjadas, que a la vez que iluminan llenan de misterio el espacio en su conjunto y los muchos tramos ennegrecidos por la tenue luz que les llega.
Cuando la madrugada avanza, sobre todo en esta época del otoño que se acerca, se asemejan a ciudades abandonadas, solitarias y misteriosas, con una vida latente que apenas se manifiesta con algún transeúnte, algún bar abierto en espera del último cliente, o algún automóvil que cruza ajeno y con prisa una avenida.
El paseo nocturno y anónimo, a deshoras, en ese escenario frío y silencioso, fue un placer del que pudimos disfrutar en una época de nuestra vida, que ahora recordamos no sin cierta añoranza, aunque con el realismo suficiente como para saber que esa añoranza no lo es de una época, sino sólo de una determinada situación agradable, de un sentimiento determinado que no se define más que a sí mismo. La añoranza y la melancolía son sentimientos traicioneros, pues tienden a acaparar más de lo que les corresponde, les gusta generalizar su particularidad.
Por Cástor y Pólux.
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