El desarrollo de la vida sobre la Tierra está lleno de momentos de gran creación y momentos de extinción. Las condiciones ambientales y climáticas, así como la conquista de nuevos nichos de vida, están detrás de esos momentos cruciales.
Inmersos en nuestra particularidad, segura y previsible, tal concepción termina siendo anecdótica, como si no estuviéramos sujetos a esas leyes de la vida en la Tierra que culminan tales cambios.
Somo resultado de la evolución, de la misma evolución que creó los peces, las aves o los mamíferos, de los que formamos parte. El cerebro y las capacidades que de él dimanan en nuestro género, son producto de esa misma evolución, o al menos no hay pruebas que lo desmientan, salvo la ya superada concepción religiosa de un cristianismo antievolucionista cuyas últimas raíces, por anacrónico que parezca, aún alcanzan a la razón de algunas personas.
La realidad está ahí delante, palpable, visible y medible, aunque no negaremos que aún sujeta a interpretaciones, ya que nuestro conocimiento de la evolución aún no es completo.
Por Cástor y Pólux.
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