El otro día vimos como un grupo de amigos compartía una caja de "chucherías" que había traído uno de ellos. Los comentarios que se oían eran los siguientes:
- ¡Estas patatas fritas con sabor a jamón sí que están buenas, son las mejores!
-¡Lo que está bueno son los gusanitos, y no las patatas!
-¡No sé como os gustan las patatas fritas con sabor a queso, con lo malas que están! ¡Los fantasmas esos sí que están buenos!
-¡Qué mal gusto tenéis, mira que decir que os gustan los gusanitos!
-¡Tú sí que estás equivocado, lo que está bueno es esto que acabo de probar, que no sé cómo se llama!
-Después de que todos hubieran hablado, mientras tenían la boca llena comiendo las chucherías, uno de los amigos que no había dicho nada habló:
¡Pues a mí lo que me gusta es el sabor de la patatas fritas tradicionales! Y siguieron con su charla intrascendente.
La verbalización tiene más importancia de lo que parece, pues incluso a veces decimos algo cuando creemos estar diciendo otra cosa. Hablar con propiedad es una virtud y evita discusiones inútiles e innecesarias.
En la pandilla de antes todos hablaban en términos absolutos, menos el último, que lo hizo en términos relativos (... a mí lo que me gusta ...). Fue el único comentario realista, pues sabemos que el gusto es subjetivo. ¿Qué sentido tiene discutir sobre algo que no admite discusión?
Por Cástor Pólux.
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