La vejez es una
etapa difícil, o al menos suele serlo. Las fuerzas fallan, el cuerpo se
deteriora, se siente la muerte cercana, merman las facultades mentales … Y de
todo ello se es consciente. Por si fuera poco la soledad es en muchos casos la
única compañera y se les suele acabar tratando como niños, decidiendo por
ellos.
Es cruel la vejez, y
no lo decimos nosotros, que firmemente lo creemos, se lo hemos escuchado decir
ya a tantas personas mayores.
Parece inevitable (aunque
eso es relativo) que en la organización social actual su función se reduzca
prácticamente a hacerse cargo de los nietos cuando así se les requiere. Toda
una vida de experiencias reducida a la nada.
Todo eso hace que
esa edad sea difícil, muy difícil en muchos casos, pero hay algo que lo hace
especialmente doloroso: el desprecio. Y hay muchas formas de desprecio.
Conocemos a alguna
persona que manifiestamente dice que no aguanta ni soporta a los viejos, porque
le resultan maniáticos, porque no se enteran de nada, en fin, gente indeseable
que le hace perder el tiempo. A esa persona que así habla, por cierto, le queda
ya poco para entrar en ese selecto club de la vejez. A ver si alguien la trata
como ella ha tratado a los demás, y así comprende finalmente el daño que hace su
desprecio.
Lo mínimo que
debemos a las personas mayores es respeto. Sí, estarán llenas de manías
algunas, e incluso serán pesadas contando batallitas, pero es que eso es lo que
les queda en muchos casos. Y no olvidemos que eso es lo que nos espera a todos
si no nos “vamos” antes.
No es que el viejo
no pueda aportar nada, es que nuestro sistema social no le asigna roll alguno,
directamente le margina y le incapacita. Muy bien, pero ¿y nosotros, las
personas individuales?, ¿por qué en muchos casos les despreciamos directamente
y en otros muchos indirectamente con nuestra indiferencia?
Por Cástor y Pólux.
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