MÁXIMAS DE OBTENTALIA (II)
Por Cástor (05-01-2012)
Hoy os presento esta segunda entrega de Máximas de Obtentalia, que son, al igual que en la primera parte, una recopilación de pensamientos e ideas breves que he encontrado entre todo el material escrito ya en Obtentalia, que no es poco.
Es una selección que me ha parecido interesante. Espero que a vosotros también.
Esa aparente contradicción de
desear lo que ya sabemos que no vamos a obtener es característica de la
naturaleza humana, y a pesar de parecer irracional, es lo que ha llevado a la
especie humana a superar una y otra vez muchos de los retos que se ha propuesto.
Así estamos hechos, pero también
con la capacidad de comprender y ser conscientes, lo que hace a nuestra
conciencia deudora de nuestros actos.
Somos lo que vemos y vemos lo que
somos. Nos es tan difícil salirnos de ese camino...
El ánimo positivo nos induce a
actuar y luchar, el negativo es más reflexivo pero también más distorsionado.
Toda esta generalidad se diluye ante la fuerza de la personalidad individual,
que determina el carácter optimista o pesimista, o el grado de integración de
cada una de esas facetas en nuestro carácter.
La queja no depende de la mejor o
peor situación en que se encuentre uno, sino de la perspectiva subjetiva bajo
la que comparamos nuestra situación con otras mejores que desearíamos tener. Y
es que no solemos compararnos con quien está peor. Nuestra referencia es
mejorar y para conseguirlo hemos de compararnos con quien está mejor.
Hemos aprendido con todo ello que
la comprensión de la realidad requiere un escenario más amplio y general que el
que conocemos para ser explicada. Hemos de ampliar la visión de nuestro
horizonte, y la mecánica cuántica nos brinda una base física para hacerlo
Nadie, ni científicos ni filósofos,
saben realmente qué es el tiempo ni por qué existe. Sólo tenemos nuestra
percepción subjetiva y particular, bajo la que intuimos un continuo temporal.
La realidad de ese hecho se nos escapa a la comprensión. ¿Será realmente el
tiempo una ilusión?
El cerebro es un órgano fascinante. Nos hace humanos, pues en
él surge la razón y la consciencia.
Ciertamente estamos solos, y por
eso nuestra atalaya es refugio. Nos refugia de la soledad en la soledad, nos
refugia de nosotros mismos. Nuestra atalaya es salvación y privilegio, pero
también cárcel y sinrazón, la deseamos, pero la necesitamos demasiado para
quererla bien, dependemos demasiado de ella. Nuestra atalaya es libertad, pero
también condena, libertad porque nos permite ser nosotros, condena porque no
podemos ser de otra forma.
Con los años se va aprendiendo la mecánica del mundo, cómo
moverse en él, pero no mejora su comprensión, su conocimiento último.
Eso es la vida, querer y no poder, un continuo intento por
conseguir lo que no tenemos. De nuevo topamos con nuestra naturaleza. Así
somos, aceptamos la tozudez de los hechos, pero sin servil conformismo.
La emergencia del yo sigue siendo
una de las muchas cuestiones relativas a nuestro cerebro que ni siquiera tiene
atisbo de resolución.
Si supiéramos observar mientras los
demás hablan, sin esperar simplemente a que terminen para hablar nosotros,
aprenderíamos mucho de quienes nos rodean.
Conocer cómo funciona la psicología humana es el primer paso
para aprovecharse de sus "debilidades". Pero lo cierto es que así
funciona todo. Nosotros mismos, cuando conocemos a alguien, solemos mostrar
nuestra mejor cara, que no deja de ser vender de alguna marera nuestra imagen
para impactar positivamente en el otro.
No podemos abstraernos de nuestros propios filtros, y si bien
la vida es un dato objetivo no es un concepto absoluto con un significado
independiente de las personas que la viven, por tanto la vida siempre tendrá
para cada cual el cariz del filtro con el que indefectiblemente la mire.
Nada es objetable a lo que sólo es la expresión de una
vivencia. Simplemente se comparte o no.
El respeto es un principio
fundamental que nos cimienta como personas, independientemente de las
obligaciones que podamos tener unas hacia otras.
Algo nos une a todos. Actuamos en unos momentos que son los
mismos momentos de los demás, nuestra actuación se sincroniza perfectamente con
los tiempos de respuesta de los demás. Parece una obviedad, pero tal vez no lo
sea.
¿Cómo nos sentiríamos si un día descubrimos (nos percatamos)
que muchas de nuestras ideas y pensamientos, muchos de los principios por los
que regimos nuestra vida y por los que medimos a los demás, no son más que el
producto de una alteración psicológica, o de un análisis basado en una
experiencia anímica consecuencia de una modificación patológica del propio
ánimo?
¿Y si fuera que nuestro pensamiento y nuestras ideas dependen
en gran medida de causas y agentes ajenos a nosotros mismos y no nos damos
cuenta?
Estamos rodeados de personas que no valen nada y triunfan y
de personas más capacitadas que aquellas que admiramos.
Pero queremos mostrar sólo un camino, nuestro camino, el de cada uno. A
veces tortuoso, a veces agradable, pero siempre
inacabado. Así es y así lo
aceptamos.
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