En este caso nos trae un tema para reflexionar, sin entrar en juicios morales ni prejuicios, sino mostrándonos una realidad palpable, de la que, así nos lo dice, nadie debería pensar que jamás podría sucederle. La indigencia no es una vida elegida, es una vida frustrada y llena de dolor, necesitada de mucha ayuda, la que en general, la mayoría, somos incapaces de dar. Por eso nos admiran las personas que dedican parte de su tiempo a ayudar altruistamente a los demás.
Es curioso que es en momentos de crisis como éstos en los que más se muestra la solidaridad con los necesitados, pero también son en los que más se les da la espalda, pues parte de la sociedad, la que menos sufre la crisis y la que teme perder sus privilegios, suele ignorar una realidad que no desea (sin contar la merma de ayudas estatales). Eso es una generalización, pero creemos que esconde algo cierto, el miedo a perder una determinada situación y la falta de solidaridad que induce ese miedo. Y la solidaridad de la que hablamos no hace falta mostrarla dedicando tiempo a los demás, hay otras muchas formas de hacerlo, especialmente en nuestra forma de vivir el día a día, en nuestra forma de reivindicar derechos especiales cuando otros no tienen los básicos, en nuestra insistencia en seguir un ritmo de vida que ya no se sostiene porque las cuentas públicas no lo permiten, en nuestra forma de culpar siempre a los demás de habernos traído esta crisis, cuando el sistema que la ha producido lo formamos todos nosotros (todos hemos estados tentados de ganar dinero fácil) ...
La foto de cabecera de hoy quiere ilustrar de alguna manera todo esto, la dificultad de la vida, pero no la dificultad vital y existencial de la que tanto solemos hablar en Obtentalia, sino de la dificultad real de afrontar una vida llena de obstáculos, llena de la desesperanza que produce no tener nada que ofrecer a tus hijos, a veces, ni una casa en la que dormir, llena de la falta de futuro que supone el drama del desempleo, llena de la insatisfacción que produce la pobreza, ese término que creíamos erradicado de nuestra sociedad. Aún no hemos aceptado que esta crisis nos retrotrae al pasado en cuando a derechos sociales y nivel de vida, y aún nos manifestamos como si eso sirviera para algo. Eso es un hecho y hemos de asumirlo. Como pueblo, hasta que no aceptemos que ésa es nuestra nueva situación, no podremos empezar a superarla, tratando de evitar los problemas y el tipo de sistema social que nos llevó a ella.
Tal vez merezca más la pena crecer poco y seguro, desarrollarse lentamente tanto técnica como socialmente que no rápidamente. El crecimiento rápido nos trae riqueza, bonanza tecnológica, bienestar social, pero a costa de un frágil equilibrio que difícilmente no acaba en una crisis. Tenemos que elegir entre estabilidad y bienestar para edificar un nuevo modelo social. Pero eso no nos lo van a plantear nuestros políticos, pues ninguno está dispuesto a perder su posición por hacerlo. No, tristemente seguiremos con nuestro modelo actual, maquillado para que parezca que el fantasma de la crisis se alejó, cuando así lo haga. Y a nuestros hijos, o a nuestros nietos como mucho, les tocará pasar otra crisis como la que sufrimos ahora nosotros.
En fin, tal vez estemos equivocados y el pueblo, la sociedad, necesite bienestar a costa de estabilidad. Entonces tal vez nos retiremos para siempre a nuestra atalaya, a vivir con austeridad y olvidarnos de una vez para siempre del vértigo de la sociedad de bienestar. ¿Seremos capaces? ¡Qué fácil es saber lo que no se quiere y qué difícil lo que se quiere!
Es curioso que es en momentos de crisis como éstos en los que más se muestra la solidaridad con los necesitados, pero también son en los que más se les da la espalda, pues parte de la sociedad, la que menos sufre la crisis y la que teme perder sus privilegios, suele ignorar una realidad que no desea (sin contar la merma de ayudas estatales). Eso es una generalización, pero creemos que esconde algo cierto, el miedo a perder una determinada situación y la falta de solidaridad que induce ese miedo. Y la solidaridad de la que hablamos no hace falta mostrarla dedicando tiempo a los demás, hay otras muchas formas de hacerlo, especialmente en nuestra forma de vivir el día a día, en nuestra forma de reivindicar derechos especiales cuando otros no tienen los básicos, en nuestra insistencia en seguir un ritmo de vida que ya no se sostiene porque las cuentas públicas no lo permiten, en nuestra forma de culpar siempre a los demás de habernos traído esta crisis, cuando el sistema que la ha producido lo formamos todos nosotros (todos hemos estados tentados de ganar dinero fácil) ...
La foto de cabecera de hoy quiere ilustrar de alguna manera todo esto, la dificultad de la vida, pero no la dificultad vital y existencial de la que tanto solemos hablar en Obtentalia, sino de la dificultad real de afrontar una vida llena de obstáculos, llena de la desesperanza que produce no tener nada que ofrecer a tus hijos, a veces, ni una casa en la que dormir, llena de la falta de futuro que supone el drama del desempleo, llena de la insatisfacción que produce la pobreza, ese término que creíamos erradicado de nuestra sociedad. Aún no hemos aceptado que esta crisis nos retrotrae al pasado en cuando a derechos sociales y nivel de vida, y aún nos manifestamos como si eso sirviera para algo. Eso es un hecho y hemos de asumirlo. Como pueblo, hasta que no aceptemos que ésa es nuestra nueva situación, no podremos empezar a superarla, tratando de evitar los problemas y el tipo de sistema social que nos llevó a ella.
Tal vez merezca más la pena crecer poco y seguro, desarrollarse lentamente tanto técnica como socialmente que no rápidamente. El crecimiento rápido nos trae riqueza, bonanza tecnológica, bienestar social, pero a costa de un frágil equilibrio que difícilmente no acaba en una crisis. Tenemos que elegir entre estabilidad y bienestar para edificar un nuevo modelo social. Pero eso no nos lo van a plantear nuestros políticos, pues ninguno está dispuesto a perder su posición por hacerlo. No, tristemente seguiremos con nuestro modelo actual, maquillado para que parezca que el fantasma de la crisis se alejó, cuando así lo haga. Y a nuestros hijos, o a nuestros nietos como mucho, les tocará pasar otra crisis como la que sufrimos ahora nosotros.
En fin, tal vez estemos equivocados y el pueblo, la sociedad, necesite bienestar a costa de estabilidad. Entonces tal vez nos retiremos para siempre a nuestra atalaya, a vivir con austeridad y olvidarnos de una vez para siempre del vértigo de la sociedad de bienestar. ¿Seremos capaces? ¡Qué fácil es saber lo que no se quiere y qué difícil lo que se quiere!
Por Castor y Pólux.
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