Se miró el rosto, impávida, ante el espejo. Su como siempre perfecto maquillaje lo cubría con la suavidad de una seda. Años haciéndolo obraron la maestría de saber aprovechar y destacar su belleza natural. Pero hoy no sólo quería cubrir su rostro, quería esconder su interior. Bajó la cabeza un instante para volver a mirarlo en el espejo. Se creyó segura, pero sólo lo creyó. Al instante su barbilla se encogió levemente con un gesto contenido, casi imperceptible, y una lágrima de desconsuelo se desplomó de su ojo izquierdo hasta llegar a sus labios. "El maquillaje estropeado" pensó, como queriendo no ser consciente del dolor que lo había provocado.
Mientras recomponía aquél reguero oscuro sobre la piel de su cara sonó un timbre. Por el contestador automático sonó su voz dulce y femenina: "Pase y espere un momento por favor, en un instante estoy con usted".
La vida le había puesto en una tesitura que jamás había imaginado. Estaba a punto de perder lo que más quería, aquello por lo que había luchado los últimos años de su vida, y tenía que mostrarse serena, normal, cándida incluso. Estaba obligada a mentir. Si no lo hacía lo perdería con toda seguridad. Aquéllos que le pedían que fuera ella misma le instaban casi sin saberlo a que no lo fuera. Cuando quiso decir la verdad no le creyeron, y ahora que querían creerla no podía mostrar la verdad.
Acabó de arreglarse el maquillaje, inspiró con fuerza y se miró una última vez queriendo proveerse de confianza. Los ojos se contornearon con la humedad de las lágrimas pero esta vez pudo contenerlas. Triste y desolada abrió la puerta y bajó unas escaleras. Notó su cuerpo pesado, dolorido. Quiso huir pero no podía, aún le quedaba lo más importante por hacer. Finalmente llegó al salón y eligiendo cada palabra dijo: "Ya estoy aquí, disculpe la demora". Iba a pedir perdón por la tardanza, pero, sinceramente, no creyó que debiera hacerlo.
Por Cástor y Pólux.
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