Hoy le cedemos el puesto de Cástor a Helena de Troya a la hora de escribir esta introducción. En fin, Cástor estaba fuera y Helena de Troya pasaba por ahí ... (mil veces prefiero tener al lado a Helena de Troya, mi debilidad, que a mi estimado Cástor, pero que no lo sepa ninguno de los dos).
Nos gusta reconocernos únicos, diferentes, y acabamos
creyendo que así es realmente. Y no es que no sea cierto, pero si lo analizamos
detenidamente observamos que tenemos más aspectos iguales a otras personas que
diferentes. Nos parecemos mucho a nuestros padres. Sin darnos cuenta hemos
adoptado muchos de sus criterios, de sus manías, de sus gestos.
Por ejemplo, nos vemos influenciados por la música que
escuchaba un hermano mayor, por la forma de escribir de una profesora, o por
los gustos de los compañeros.
Nuestra forma de hablar es un ejemplo paradigmático de
todo ello. Hablamos como se hace en nuestro entorno, como hablan nuestros
padres o nuestros amigos, y es que para hablar hemos de adoptar una entonación
y unas expresiones determinadas, y cuando estamos aprendiendo no lo podemos
inventar, lo adoptamos del entorno, no puede ser de otra forma. Con el
pensamiento o el carácter sucede algo parecido, cuando nos vamos formando como
personas necesitamos criterios que seguir, y esos criterios los adoptamos de
nuestro alrededor, de los modelos que se nos presentan (padres, amigos).
¿Qué nos queda realmente propio si por la genética
heredamos rasgos físicos y psíquicos, y por el ambiente nos nutrimos de los
modelos que nos rodean? Diría que muy poco, que tal vez la forma en que usamos
los datos, o entendemos el mundo, pero eso, seguramente, también lo hemos
adoptado de alguien sin que seamos conscientes de ello.
Lo cierto es que la respuesta es … que nos queda como propio todo.
Porque lo importante no es el origen de nuestro pensamiento o nuestro carácter,
sino el hecho de que lo hacemos propio, lo sentimos nuestro y acaba
definiéndonos. No podemos ser totalmente originales como hemos visto, somos una
síntesis de lo que nos rodea, pero esa síntesis es diferente a eso que nos
rodea. Es como cuando hacemos nuestro un pensamiento ajeno, una vez que lo
interiorizamos y lo sentimos propio lo podemos usar como tal. Y es que somos seres
sociales y sólo en la relación con lo que nos rodea nos podemos desarrollar.
Otra cuestión distinta es que observemos en nosotros
mismos comportamientos o caracteres “heredados” que no nos gustan, y reneguemos
de su origen. Nos referimos, por ejemplo, a cuando alguien censura determinado
comportamiento de su padre y descubre que él mismo se comporta de igual manera.
Eso puede ser frustrante, pero no le quita validez a nuestra forma de ser.
El sincretismo que define nuestro carácter no le quita
originalidad a éste, pues dicha originalidad no depende de su origen sino de la
fuerza interior que cada uno le imprime.
Por Helena de Troya y Pólux.
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