
En nuestra atalaya el paso del tiempo se ralentiza, se relativiza y se muestra con una esencia diferente, no porque esencialmente sea diferente, sino porque nuestra forma de apreciarlo es esencialmente diferente. Pero para verlo así hay que aislarse del mundo, de las ataduras, de los compromisos, de los deseos, tenemos que estar, en definitiva, ausentes de nosotros mismos, y eso no es posible por mucho tiempo (nuestra atalaya nos lo posibilita unos instantes). Ese estado, aunque sea momentáneo nos muestra el camino a seguir, los planteamientos a adoptar para entender de forma distinta el paso del tiempo. Una vez comprendido y aceptado el tiempo no importa, y su límite, la muerte, tampoco. Y sólo entonces nos liberaremos de la angustia, de la desazón y de la ceguera que nos produce pensar en la fugacidad del tiempo y su siempre próximo final.
Mañana será, o no será, otro día. El tren que nos despierta vendrá o no. Y mientras intentaremos aprovechar, mejor o peor, lo que tenemos. Así de simple.
Por Cástor y Pólux.
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