El mar está algo movido, no mucho, moteado con pequeños grumos blancos que forman las olas vistas desde la lejanía de nuestra atalaya. En la orilla las olas rompen dejando ese reguero blanco tan característico, la efímera espuma que les da la vida.
Todo forma un espectro de armonías que, junto a la tierra, define los principios elementales de la vida: mar, cielo y tierra. ¡Cuántos poetas han alabado sus excelencias! ¡Cuántos han cantado sus bellezas!
Miramos esta vista de elementos vitales y sentimos soledad, y una extraña felicidad mezclada con tristeza, como una especie de desazón que lejos de desanimarnos nos eleva en una impropia aceptación del devenir. Es como si nos integráramos con ese paisaje de elementos basales y nos sintiéramos parte de él, sin voluntad, como el mar, sin esencia, como la tierra, sin humanidad, como el cielo.
Ajenos de lo ajeno, solos en la soledad, perdidos en un recuerdo olvidado de sí mismo, ese es nuestro sentir esta mañana en la que no queremos apartar la vista ni el sentimiento de este paisaje, en la que no nos apetece volver al mundo que no es propio.
¿Cómo será mañana si viene el tren?, ¿qué sentiremos?
Por Cástor y Pólux.
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