Agosto va llegando a su fin. No sé si alegrarme o ponerme a temblar. Todo tiene su lado bueno y su lado malo, incluso las vacaciones. ¿Que qué tienen de malo las vacaciones?, que se acaban, ¿os parece poco?
Pero mi caso es otro. Ahora, cuando la mayoría se retira de las playas, es el momento ideal para subir a la atalaya y pasar allí una semanita entera, alejado de todo lo humano, salvo de mí mismo, claro, aunque estoy dispuesto a intentar eso también.
Los días son ya visiblemente más cortos y puede verse el otoño allá en el horizonte, aunque "la caló", al menos aquí en el sur, la tendremos aún un mes o dos más, como suele ser habitual.
A quien acaba sus vacaciones darle la bienvenida a la normalidad, y a los pocos privilegiados que las comienzan en breve darle la bienvenida a esta efímera felicidad.
Yo ya estoy preparando lo que he de llevarme a la atalaya: un bañador, una camiseta, el ordenador portátil para escribir en Obtentalia y una escuálida manta por si refresca alguna noche. Es todo lo que necesito llevar, pues lo demás que necesito, bastante más que lo que llevo, está allí: el mar, el cielo y la tierra, y la atalaya misma, por supuesto.
Por Pólux.
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