La Luna, cercana ya al plenilunio, ilumina el cielo y los pinares que rodean la atalaya. La espuma blanca que tras romper las olas cubre la orilla, brilla un instante a la luz, misteriosa y lúgubre, de la Luna.
La vista se agudiza y se hace perceptible lo que antes no lo era. Así la mente también, sólo que ahora ve realidades creadas por ese ambiente nocturno que le excita. No puedo fiarme de mi mente, me miente y me engaña y rara vez sé cuando lo hace.
Por Pólux.
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