Y llegó un año más Eurovisión y se marchó con la misma gloria de siempre. Ganó Ucrania, que no era de las favoritas, aunque ser favorita en Eurovisión suele ser garantía para no ganar. Personalmente no le veo la gracia ni la calidad a la canción de Ucrania. Otras eran claramente muy superiores, pero bueno, ya sabemos como es eso de Eurovisión.
Australia, España o el Reino Unido, por ejemplo, presentaban buenas canciones, festivaleras y con los requisitos que se supone suelen valorarse en este festival. Pero certamen tras certamen vemos como la calidad no es indispensable para triunfar y como esos requisitos están cada vez menos claros.
Lo verdaderamente bueno de Eurovisión han sido los decorados, que a base de juegos de luces y hologramas consiguen efectos verdaderamente llamativos, originales e imaginativos, todo un alarde de técnica, diseño, dinamismo e imaginación. Sin duda lo mejor del festival. La verdad es que algunas actuaciones han merecido la pena ser vistas ya sólo por sus diseños luminosos y dinámicos de escenario. En este sentido les felicito, que pena que en el musical, el sentido original y primordial del festival, no pueda hacer lo mismo, y no por la calidad de las canciones, sino por lo forma en que es elegida la ganadora, algo que se escapa a la intuición y al sentido común.
Por Pólux.
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