El sonido de la campana se mete por mi ventana entreabierta desde el campanario de la Iglesia, igual que siglos antes venía haciéndolo. El leve zumbido de los ventiladores del PC de sobremesa no es suficiente para ahogarlo, pero el ruido que las ruedas de un vehículo que pasa cerca produce al rodar sobre el piso de fino adoquinado sí.
Al poco vuelven las últimas campanadas que acaban de marcar la nocturna hora, y resuenan en mi mente, una y otra vez, hasta que se apagan, y con ellas me apago yo.
Por Pólux.
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