¿Cuáles son nuestros verdaderos deseos, esos que no queremos reconocer por el miedo que nos da enfrentarlos?
Todo deseo, toda meta, toda declaración, al fin y al cabo, suponen una responsabilidad real, la de ser consecuente con lo deseado, con lo marcado, con lo manifestado, y ser capaz de su realización. Estamos obligados a ser responsables, sea cual sea el marco moral bajo el que nos declaremos, es nuestra forma de ser humanos. Y es esa responsabilidad la que nos hace infelices, la que ata en corto nuestra conciencia.
Sartre, en su concepción del existencialismo, ya supo explicar perfectamente esa idea en la defensa de sus ideas contra la "acusación" de falta de humanismo.
"Déjenme sólo conmigo mismo, es lo único que necesito para ser infeliz", decía un amigo al no volví a ver, no sin cierta decepción, aunque más aceptación, por su convencimiento en ello.
Aceptar la realidad en sentido amplio (todo lo que sucede, fuera y dentro de nuestra mente), pasa por aceptar lo que entendemos por esa realidad. Si la analizáramos a fondo, hasta sus últimas consecuencias, tal vez descubriríamos ser algo que no nos gusta, algo que no quisiéramos ser.
No, no es fácil ser quien se quiere ser, pues normalmente ese querer ser no es más que una idealización sin correlato real, y llegar a ser esa idealización es un acto de tal responsabilidad y esfuerzo tan descomunal, que no está al alcance de la mayoría de nosotros. Es más fácil, mucho más fácil, vivir en el autoengaño y en la ignorancia. Y esto, lejos de ser un reproche, es algo que igualmente determina nuestro carácter humano. Aceptarlo es cuestión de cada cual, tal vez no nos guste, pero hacerlo nos tranquilizará, aunque sea poco, porque como dije antes, toda aceptación, como acto de responsabilidad, lleva implícita la infelicidad.
En sentido estricto y en lo más profundo de la conciencia humana, la felicidad sólo es posible bajo el autoengaño y la ignorancia.
Por Pólux.
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