Hay pequeñas cosas que por simples se obvian, que cumplen una función que puede parecer nimia, aunque no por ello menos necesaria.
Son esas pequeñas cosas, bandera del tópico, de la que todos hablamos como si hubiera que valorarlas con importancia, pero que todos olvidamos siempre, tanto cuando estamos ocupados en las grandes cosas como cuando las revalidamos en nuestra memoria.
Canciones, poesías, refranes, novelas, genios y artistas se han referido a ellas. Las pequeñas cosas tan necesarias para ser feliz y que tanto echamos de menos cuando no las tenemos.
¿Por qué entonces, como sucede con otras tantas cosas, la realidad es que no las tenemos en cuenta?, ¿por qué cantamos las excelencias y el valor de lo en verdad no valoramos?, ¿tal vez por ese ansia de la mente de completarse con lo que no tiene?
Tal vez esa declaración pública del valor de lo pequeño no sea más que una declaración de intenciones, pero como tal carece el valor de lo real y de la coherencia, pues la declaración de intenciones, sin el acto que la complete en hecho, tiene el mismo valor que la palabra, una bocanada de aire que sólo entiende el pensamiento y que sólo mueve un puñado insignificante de moléculas del aire.
Mañana volveremos si el tren se detiene nuevamente en la estación de Obtentalia. Entonces, y sólo entonce, estamos aquí.
Por Pólux.
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