La puntualidad en los horarios de los trenes de cercanías actuales nada tiene que ver con la de hace pocas décadas. Cuando yo era estudiante tomaba el tren cada día, menos cuando tenía examen, que tomaba un autobús de línea, que a pesar de ser más lento y cansado tenía la seguridad de saber a qué hora llegaba. El tren de cercanías era un verdadero desastre.
Con los años construyeron una doble vía y parece que se tomaron en serio lo de la puntualidad y la fiabilidad.
Pero hay algo en lo que RENFE sigue igual, y es en tratar a los usuarios con una falta total de tacto y respeto.
Hace pocos días un tren de media distancia se estropeó. El cercanías en el que iba se detuvo. Tras unos 15 ó 20 minutos parado, nuestro tren comenzó a retroceder hasta la estación anterior. Nadie sabía que sucedía y no recibíamos explicación alguna. El maquinista, supongo que le competía a él, no se dignó a decir algo por megafonía, ni siquiera al cruzar el tren para cambiar a la cabina posterior antes de retroceder. Hubiera calmado los ánimos y habríamos sabido a qué atenernos en cuanto a la preocupación por el tiempo en que nos podríamos demorar en llegar al trabajo. Pero claro, parece que los usuarios no merecemos la más mínima atención.
Por fin llegamos a la estación anterior y de nuevo el tren quedó detenido. Pasaban los minutos y los nervios de los usuarios iban en aumento. El maquinista volvió a pasar a toda prisa, esquivando las miradas y preguntas de los usuarios. Interpretamos que iría a la cabecera del tren para reanudar la marcha. Pero los minutos seguían pasando. Ni siquiera se dignó el maquinista a decir algo por la megafonía. La gente llamaba o enviaba mensajes a sus trabajos alertando sobre lo que pasaba y sobre que no tenía ni idea de a qué hora llegaría.
En el otro lado del andén en el que estábamos había otro tren con el mismo destino que el nuestro. La gente, ya nerviosa, ante la posibilidad de que nuestro tren tuviera alguna avería, comenzó a bajarse y dirigirse al otro tren, hasta que quedó atestado de personas, no cabía ni un alfiler, y tenía a todas luces exceso de viajeros. Yo me negué a subir a un tren en esas condiciones, además nadie había dicho nada sobre cambiar de tren. Pero claro, la falta de información provoca eso, la duda sobre lo que sucede, y con la duda la toma arbitraria de decisiones.
Ante la mirada atónita de quienes atestaban el tren del otro lado del andén, nuestro tren cerró las puestas y partió, casi vacío, cambió de vía y continuó el viaje hasta su destino. Había quien se reía de aquéllos que habían cambiado de tren, pero no creo que la cosa tuviera gracia alguna. Se equivocaron por tomar una decisión motivados por el desconocimiento y la falta de información. Podía habernos pasado a nosotros. La desinformación les hizo perder más tiempo aún.
Y lo señores responsables del desaguisado tan tranquilos, como si no fuera con ellos. Eso es una falta de respeto inadmisible. Las quejas, por otra parte, no sirven más que para sentirse más indefenso.
Para más molestia, luego, en la estación de destino a hacer cola para pedir un justificante del retraso para presentarlo en el trabajo. Una vergüenza y una falta de respeto. Y es que los monopolios tienen eso. Porque lejos de lo que podría creerse, los monopolios siguen existiendo en nuestro libre mercado, y a muchos niveles, más de los que pudiera parecer. Pida una línea de teléfono, vaya a inscribir un escritura, tome un tren de cercanías, utilice un cajero automático, llame a un taxi..., son sólo algunos ejemplos de actos sujetos a monopolio, con el detrimento en la oferta que ello supone para el usuario.
Pero bueno, toca callarse, y a seguir tomando el tren, pues no hay más opción (monopolio), además, por otra parte, de lo caro que es. Dos personas, tan sólo dos, son suficientes para que les merezca más la pena coger un coche que el tren de cercanías.
Y luego venga a hacer anuncios instándonos a que tomemos el transporte público. ¡Hay que fastidiarse!
Por Pólux.
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