Anteayer tuve que ausentarme por la mañana de la atalaya. A la vuelta paré en una gasolinera de la autovía que transitaba para comprar algún refresco que me aliviara el calor que casi me ahogaba. Ya en el mostrador dejé la lata de refresco y pregunté "¿cuánto es?", a lo que el operario que me atendía me respondió con otra pregunta: ¿no quiere nada más?
Vaya, le parecía poca cosa un simple refresco. Y tan simple como a él le pareció mi compra fue mi respuesta :"no". Pero cuando pensé que había acabado y estaba con la cartera en la mano dispuesto a pagar, comenzó la "inquisición" que les transcribo seguidamente lo más literalmente que recuerdo:
- ¿No desea un bote de estas estupendas almendras que están buenísimas?
- No.
- Tenemos otros frutos secos que a buen seguro harán sus delicias, debería probarlos, los vendemos muy bien
- No.
- ¿No va a echar gasolina?
- No.
- Tenemos unos boletos especiales de la lotería con los que, además de poder ganar un buen premio, ayudará a los niños de países africanos muy necesitados a poder hacer al menos una comida al día, ¿quiere uno?
- ¡No!, sólo deseo el refresco -y que se calle de una puñetera vez, pero eso no se lo dije-
- Como usted quiera.
"Como usted quiera", me dice el tío cínico. No era la primera vez que me sucedía en esa gasolinera. ¿Bombardearía a todo el mundo por igual con sus preguntas o sólo a los que no íbamos a dejarnos los cuartos en el negocio?
Pero la mañana aún no había acabado, y cuando llego a mi destino, cerca de la atalaya, voy a echar gasolina. Esta vez no se trataba de un simple refresco, sino del impuesto revolucionario que es la gasolina, con el que todos se lucran (productores, distribuidores, gobierno, intermediarios, etc.), menos nosotros, claro.
Y esa fue la "segunda inquisición" del día en una gasolinera.
- Tenga, aquí tiene -le dije al operario mientras sujetaba un par de billetes en la mano-.
- ¿Tiene usted la tarjeta -nombre que no recuerdo-?
- No.
- ¿No desea sacarla? Se beneficiará de muchos descuentos y regalos.
- No.
- Tenemos unos descuentos especiales en la tarjeta de lavado de coches aquí en nuestras instalaciones, le saldría por -no recuero el número- euros.
- No.
- ¿Desea probar alguno de nuestros productos especiales? Son naturales y exquisitos. Almendras, nueces, avellanas...
- No -le interrumpí antes de que me soltara toda la lista-.
- ¿Desea lotería?
- No, sólo deseo echar gasolina.
Y por fin pude pagar y marcharme.
¿Puede ser verdad?, ¿les darán una sustanciosa comisión a los operarios de algunas gasolineras por sus ventas ajenas a la gasolina? Y encima acabas la mañana con una mala conciencia..., peor que haber negado a Dios tres veces, porque parece que nada te importan los pobres niños africanos, ni los productores de frutos secos, ni nada de nada, ni siquiera mi propio beneficio con las tarjetas puñeteras esas. ¡Eso es acoso en toda regla!
¡Si yo sólo quería tomar un refresco y echar gasolina...!
Por Pólux.
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