Ayer por la mañana tuvimos que hacer unas gestiones en la gran ciudad. Por la tarde, por fin, volvimos a nuestra atalaya. ¡Qué descanso y qué tranquilidad!
No negaremos que nos gusta la gran ciudad, pero también nos cansa. Y así acabamos ayer, hartos, cansados, desfallecidos, sin ganas de ver ni escuchar a nadie. ¿No os ha pasado eso alguna vez, que la presencia de otras personas se vuelva tan molesta que las lanzaríais sin contemplaciones por un puente y saldríais corriendo? así nos sentíamos nosotros.
Y es que si además la persona que debe ayudarte a resolver tu problema (la que está detrás de la famosa ventanilla de toda la vida) no hace más que complicártelo, sólo dan ganas de jugar a los bolos con su cabeza.
Al final todo se vuelve del revés: íbamos a resolver un problema pero no lo resolvimos y nos surgieron algunos más, iniciamos el día contentos y volvimos cabreados, deseábamos ejercer aspectos positivos para superar los negativos y sólo conseguimos volvernos más negativos que un sindicalista hablando de la crisis, queríamos aprovechar para saludar a algunas personas y terminados deseando arrojarlas por un puente ...
Así que hicimos lo único posible, meternos en la cama y dormir hasta que llegara el nuevo día, del que estábamos seguros que no podría ser peor. Aunque ni de eso se puede estar seguro, porque hasta lo más insospechado puede suceder. Cuidado con lo que se piensa, que se puede cumplir.
Por Cástor y Pólux.
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