Cuando nací me prometí que no volvería a nacer más. Vi lo que sufrió mi madre, pero es que yo también sufrí lo mío.
Crecí y empezaron las obligaciones, y me prometí que nunca más crecería. Lejos de cumplir mi promesa seguí creciendo, con más obligaciones, y me prometí entonces que no pasaría de los treinta y tres años. Pero llegada la fecha límite no pude parar y pasé, muy a mi pesar, de esa marcada edad.
Luego, ya adulto, vino el trabajo, y las obligaciones y responsabilidades se volvieron insoportables, y me prometí que nunca más volvería a pasar por ello.
El tiempo pasó y me hice mayor, con los achaques propios de la edad: cansancio, dolores, falta de reflejos, enfermedades..., y me volví a hacer una promesa: no habría otra vida para repetir el calvario.
Ya estoy muy viejo, y cada día quiero morirme y me prometo hacerlo, pero los días pasan y no me muero. Sólo espero que no exista la reencarnación, porque yo, por esto, no paso dos veces, lo prometo.
Por Pólux.
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