Bienvenidos un domingo más a Obtentalia.
Ayer os decíamos que que hemos renovado las fotografías de la galería de fotos (no confundir con la galería de fotos de cabecera), y que hemos hecho una selección de 40 fotos que han sido cabecera de nuestro blog.
Os remitimos a las entradas de esta semana, en las que hemos hablado de determinados aspectos de la publicidad (lunes) o de la soberbia (martes), de los cambios y altibajos en general (miércoles), de la falta de empatía (jueves), de lo natural de ciertos comportamientos extremos (viernes) y de lo relativo de muchas de las desgracias que nos suceden (sábado). No tenéis más que hacer rodar la rueda del ratón para moveros por las entradas anteriores y echarles un vistazo.
Hoy hablaremos de la educación.
Ayer os decíamos que que hemos renovado las fotografías de la galería de fotos (no confundir con la galería de fotos de cabecera), y que hemos hecho una selección de 40 fotos que han sido cabecera de nuestro blog.
Os remitimos a las entradas de esta semana, en las que hemos hablado de determinados aspectos de la publicidad (lunes) o de la soberbia (martes), de los cambios y altibajos en general (miércoles), de la falta de empatía (jueves), de lo natural de ciertos comportamientos extremos (viernes) y de lo relativo de muchas de las desgracias que nos suceden (sábado). No tenéis más que hacer rodar la rueda del ratón para moveros por las entradas anteriores y echarles un vistazo.
Hoy hablaremos de la educación.
La educación va más allá de los vistosos
formalismos, como por ejemplo ser presentado en una reunión, saludar o el trato
afable, sin perjuicio del reconocimiento de la gran importancia de esos
formalismos. Puede ser mucho más sutil, hasta el refinamiento, pero entonces
nadie, o casi nadie, suele ser consciente de ella.
El materialismo que cimienta nuestra forma
de vida, nuestra sociedad de bienestar, suele impedir tanto ejercer como captar
esa sutileza, no porque nos impida advertirla, sino porque sólo es
valorado aquello que puede verse y apreciarse. Ya saben, “ojos que no ven,
corazón que no siente”, o “no sólo hay que ser educado, hay que parecerlo”. Lo
que no se ve no se valora y, por tanto, no se tiene en cuenta.
Mostrar públicamente los defectos y
errores cometidos por alguien, en su presencia, es, en las circunstancias de
una relación normal (es decir, en la que no se pretende hacer daño), un acto de
mal gusto, de falta de respeto y de falta de educación. Por ejemplo cuando
alguien hace público en una reunión algo íntimo de otra de las personas
presentes sin su permiso, o cuando en una oficina alguien comenta en voz alta
el error cometido por otro, poniendo a éste en evidencia.
Omitir la circunstancia que podrías hacer
pública es un acto de respeto hacia la otra persona, pero entonces no sólo
nadie se enteraría de su defecto o error, sino que nadie sabría el acto de
respeto que has tendido hacia el otro, lo que va en contra de ese materialismo
que impregna nuestra vida.
Todos tenemos defectos y errores que otros
podrían apreciar y mostrar públicamente en nuestra presencia.
Ese sentido de la educación diferencia a
unos de otros. Hay personas que suelen ser llamadas “descaradas”, y ello porque
no dudarían en poder reírse en su cara con algo que le hubiera pillado a usted.
Son así, no lo pueden evitar, pero suelen ser molestas y aducir que no se
pueden callar “la verdad”, forma burda de justificar su falta de empatía con
otras personas.
La sutil educación que no se muestra no
tiene que ser valorada por nadie más que por uno mismo. La satisfacción
personal por lo realizado con decoro y respeto, de aquello que facilita la convivencia, es suficiente acicate para ser
educado. No hace falta la materialista aprobación de los demás. Como también
dice el refrán, “ande yo caliente y ríase la gente”.
Pero no se le pueden “pedir peras al olmo”, y quien no
es educado por condición nunca lo será. Sólo se merece el mismo trato y falta
de respeto que muestra con los demás, y seguramente no tendrá ni idea de lo que estamos hablando.
Por Pólux.
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