Llega el aire fresco del mar a la atalaya, y la atraviesa colándose por las rendijas que separan los tablones de madera. También el techo deja parar algún estrecho rayo de sol.
La atalaya ha de ser lo más transparente posible, para que filtre al mínimo la realidad que la inunda, por eso es difícil verla, pero a la vez ha de ser recia, robusta y resistente, para superar los envites de la naturaleza y también del desaliento, por eso se mantiene en pie día tras día, año tras año, a pesar de las duras condiciones que en ocasiones se ciernen sobre ella.
Nuestra atalaya es como los ojos, que sirven para ver, pero que cerrados sirven para imaginar y hacer posible lo imposible, para intuir lo que la costumbre da por hecho y lo que el prejuicio deslumbra. Cualquiera puede mirar, pero saber ver... eso es ya otra cosa.
Una mirada nueva. Ya dijeron eso muchos filósofos antiguos y modernos, y sólo llegaron a donde quisieron llegar, que no es más que a donde pudieron llegar. Una mirada nueva ha de ser una premisa intuitiva que ilumine caminos nuevos, increíbles, que tal vez nos lleven muy lejos, pero que difícilmente podremos compartir, porque la intuición es muy personal.
Por Pólux.
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