Apenas si percibimos levemente el inicio del nuevo día cuando ya escuchamos el trinar de los pájaros saludándolo. Se vuelve tan intenso que nos despierta. En nuestra atalaya el paso del tiempo lo marcan los animales, los sonidos y la posición del sol. Todo lo demás es invención nuestra.
Anoche la Luna alcanzó su plenitud: Luna llena. Se encontraba a una distancia de unos 388.810 kilómetros de distancia acercándose poco a poco. Menos de un minuto después ya estaba a 388.808 kilómetros. El cielo despejado dejaba que iluminase el mar y la noche entera. Los pinares se mostraban nítidamente. Las olas del mar repicaban con estruendo. Su sonido ahogaba cualquier otro de la noche, incluso el de nuestra propia respiración.
No solemos advertir la potente luz que refleja la Luna, pues la enmascara con eficacia la luz de las ciudades. Pero en nuestra atalaya, adaptada ya la vista a la oscuridad, distinguimos perfectamente todas las formas.
Un baño para los sentidos, el aroma a pino, romero y jaguarzo, el sonido de las olas envolviéndolo todo, la vista en penumbra del entorno, vestido de plata, y el sabor fresco de una noche primaveral, que asimismo penetra los poros de la piel.
Y esta mañana, aún de noche, el viendo se ha levantado golpeando nuestra atalaya y aumenta el rumor del mar.
Y esta mañana, aún de noche, el viendo se ha levantado golpeando nuestra atalaya y aumenta el rumor del mar.
Por Cástor y Pólux.
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