Si no estuviéramos ya bastante hartos y estresados en nuestros trabajos por cuenta ajena, si no fueran bastantes las presiones y controles para que rindamos más y exprimirnos como aljofifas, si no fuera bastante el constante abuso sobre los sueldos, cada vez más escuchimizados, o el impago de seguros sociales, si no fuera bastante el servilismo al que nos someten en ocasiones jefes más preocupados por su ego que por hacer el trabajo digno..., pues por si todo eso y mucho más no fuera bastante, ahora encima las cámaras de grabación, ahí enchufadas, como el ojo del jefe fijo en ti.
Ni rascarte puedes sin que te vea el jefe, viéndote desde el portátil o el móvil como si estuviera entretenido en una mezcla de videojuego y Gran Hermano, culebrón televisivo que haría las delicias de los seguidores de esos programas rosas dedicados a destripar vidas y sentimientos ajenos, y hasta propios llegado el caso.
Saben cuantas veces respiras, a donde diriges la mirada, si bostezas, las veces que vas al cuarto de baño y lo que tardas (aunque eso ya te lo controlan tus propios compañeros), las veces que levantas la mirada del monitor..., más vigilados que en la UCI. Lo siguiente es una sonda gastrointestinal que controle nuestra frecuencia de haces las necesidades para optimizar más aún el trabajo. Todo llegará.
Y nosotros buscando como pipiolos los puntos ciegos de la oficina, para poder hurgarnos la nariz o rascarnos cierta parte con algo de intimidad.
Menos mal, hemos de confesarlo, que a nosotros aún no nos las han puesto, pero conocemos a quienes las sufren, y nos quedamos patitiesos nada más que de pensar que podríamos ser los siguientes.
Por Cástor y Pólux.
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