Parece
que ya llega el mal tiempo, o el bueno, según se mire. Lluvia, fresco (frío lo
que se dice frío aún no nace), aire, cielo nublado …
Desde
nuestra atalaya apreciamos claramente los cambios estacionales, y es que se
muestra muy sensible al clima. Tal vez esa sensibilidad y su apego a la
naturaleza que le rodea sea lo que tanto nos atrae de ella, lo que unido a la
profunda soledad que la cobija exalta pensamientos olvidados y vivas
recreaciones de fantasías imposibles que nos hacen reverdecer el deseo de
sentir y de comprender. Queremos empaparnos de la sustancia misma de nuestros
pensamientos. ¿Qué es esa sustancia?, ¿realmente existe?
En
nuestra atalaya estamos solos, incomunicados, olvidados, perdidos, ajenos, todo
lo cual nos facilita fundirnos con ella. ¿Será la ausencia de pensamiento
lo que nos atrae de este lugar?
A
veces tan seguros, otras tan perdidos. Momentos fuertes, momentos débiles.
Azarosa vida de la que huimos a este refugio que es nuestra atalaya.
Por Cástor y Pólux.
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