Ahí tenéis la misma fotografía de ayer, pero con su color original, tal como os dijimos. Y ahora nuestra especial introducción de hoy.
“Entró en el dormitorio, encendió
el ventilador y se sentó frente a él a los pies de la cama, con la mirada fija
y perdida en el suelo. Acababa de salir de la ducha y su cuerpo estaba desnudo
y fresco.
Su mente bullía en un sin fin de
ideas que iban y venían, que aparecían para luego desaparecer, y que le
impedían centrarse en un pensamiento que llevaba rondándole todo el día, que se
mostraba como algo vago pero que sabía respondía a un sentimiento muy profundo
al que no quería dar la espalda.
La noche anterior un sueño le
había trastornado el ánimo, había sentido emociones que creía dormidas e
incluso perdidas en su interior. En los últimos años había incluso luchado por
enterrar sentimientos de ese tipo, fuertes y vitales, de los que te hacen
sentir vivo de forma especial, pero que también producen zozobra y desesperanza.
Y ahora, después de tanto tiempo,
la emoción con la que se había despertado le hacía replantearse los principios
por los que regía su vida, tan razonables y pensados, tan controlados y
fiables. ¿Merecía la pena el camino que había elegido? Sintió su vida más vacía
que de costumbre, el sentido se perdía frente a él. ‘Un sueño no puede hacerme
esto’ – quería convencerse. Pero la verdad es que la emoción y el sentimiento
habían tambaleado incomprensiblemente las sólidas bases racionales de su
existencia.
Quería poner orden en sus
pensamientos pero le costaba. Su mente estaba excitada, nerviosa, parecía
querer recoger por su cuenta el testigo que la emoción del sueño había
introducido en su ser. No quería volver a replantearse el sentido de todo pero
entendió que estaba condenado a hacerlo.
Alzó la mirada y una lágrima
recorrió su mejilla mientras se decía: ‘No quiero, no lo quiero, no quiero
esto, ¿por qué no será mi mente simple y básica?, ¿por qué no se entretiene con
el divertimento normal de la mayoría ?’.
Cansado ya de pensar se levantó,
se vistió y se marchó del dormitorio hasta el salón. Allí estaban su mujer y
sus dos hijos, viendo la televisión, entretenidos. Habría querido que sólo
ellos fueran su vida, pero había algo más, algo que jamás podría revelar, un
dolor del que no quería culpar a nadie, y por eso lo mejor era ocultarlo.
Se sentó junto a uno de sus hijos y empezó a ver la
televisión, intentado hundir lo más profundamente posible esos sentimientos que
le removían el alma. Su hijo le miró. Él le sonrió como pudo y volvió de nuevo
la vista al televisor".
Por Cástor y Pólux.
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