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miércoles, 6 de marzo de 2013

INTRODUCCIÓN. MÉDICOS Y PREGUNTAS.

La somatización de los estados de ansiedad suele producir situaciones de alarma, muchas veces innecesaria, debido al desconocimiento que se tiene de ellas, a lo que nada ayudan los doctores que tratan las dolencias que las motivan. Esos doctores no saben o no quieren humanizar la medicina, no sabemos si por comodidad, por ignorancia, por dejadez o por imposibilidad real, pero nos cuesta imaginar este último caso.

Uno de nosotros recuerda como, hace tiempo ya, llegaba a sus oídos de forma inesperada las quejas de un médico psiquiatra, con el que por cierto se llevaba bien, debido a que “pregunta demasiado”, según sus propias palabras. Por lo visto no sólo hemos de ser enfermos, sino que además no podemos preguntar sobre lo que nos pasa, no tenemos derecho a ello.

Es ese desconocimiento el que añade incertidumbre a la enfermedad. Y en los casos de somatización más aún, pues pueden llegar a ser muy aparatosos, y generalmente no se relacionan directamente con la dolencia diagnosticada. Temblores irrefrenables, desmayos, pérdidas de memoria, falta total de concentración. En muchos casos no se trata de una taquicardia o de un dolor en el pecho o en el estómago. ¿Acaso no creen ustedes que una pérdida de conciencia, el olvido hasta de los nombres de las personas más queridas o llegar a no saber hacer una suma elemental no es motivo suficiente para algunos por qué?

El desconocimiento hace volar la imaginación sobre la causa de todo ello, lo que provoca aún más ansiedad. Pero eso ya no es competencia de los doctores, según se desprende de sus actuaciones. Ellos están para curar, pero para curar personas, no perros, gatos u otros animales que no se cuestionen lo que les sucede. Si no les gustan las preguntas debían haber estudiado veterinaria.

No todos son así, hay que decirlo en honor a la verdad, ¿pero cuántos hay de éstos?

Como dice con tanta gracia el saber popular, “suegra, abogado y doctor, cuanto más lejos mejor”, en el sentido más amplio que puede imaginarse la frase.

Por Cástor y Pólux.

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