Juan, Juani como le conocíamos sus amigos, era un muchacho alto, desgarbado y mal hecho, muy mal hecho el pobre, retorcido cabría decir. ¡Y que bien lo llevaba! Casi arrastraba una pierna, pero nos seguía cuando corríamos como podía, se reía con nosotros como uno más, sentía con y como nosotros. Todo eso hizo que le respetáramos y nos acostumbráramos a ver ese rostro feo y hasta molesto casi con normalidad. Su hombro derecho, mucho más bajo que el izquierdo, le hacía doblar su cuadrada cabeza, que parecía un terrón de tierra, y descoordinar los movimientos de sus brazos.
No es que aquel aspecto no le diera problemas, pues se solían meter mucho con él y le trataban bastante mal. A pesar de ello lo llevaba bien. En nuestra pandilla nos peleábamos con él como con otro cualquiera, y le sacábamos a relucir todos sus "méritos" físicos. Él no se quedaba atrás y nos salpicaba con una ristra de palabrotas. Sabía ofender y lo hacía. ¡Lo que salía por su desencajada boca!
Pero tenía momentos de felicidad, disfrutaba de nuestra compañía y se contentaba con muy poco.
Pasó el tiempo. Juani no estudió, pero se puso a trabajar en el negocio del padre, del que más bien malvivía su familia. Cuando los demás empezamos a trabajar por sueldos míseros (ya sabemos lo que son los primeros trabajos), su padre murió y el siguió al frente del negocio, lo que empeoró su situación. Y cuando todo parecía perdido una multinacional extrajera le compró el local, situado en un inmejorable lugar, por una millonada, tanto, aunque parezca increíble, que le resolvió el resto de su vida, sólo que ese resto fue muy corto, pues murió a la semana de recibir el dinero. No dio tiempo ni a preparar la fiesta que nos iba a dar a la antigua pandilla para celebrarlo. Sus males no sólo alcanzaban por lo visto a su apariencia.
Los demás le recordamos como ejemplo de cómo soportar adversidades y obtener algo de felicidad aún en las peores situaciones.
La vida le dio poco, y además se lo dio mal, y para cuando le da algo no pudo disfrutarlo. Tuvo momentos malos y momentos felices, un poco de todo, y nunca perdió la sonrisa.
Nos preguntamos ahora, ¿cómo hubiésemos sido nosotros en su situación? Hay que tener un don para soportar lo que le tocó a él y no ser un amargado por la vida. ¡Quién tuviera ese don! Y decimos don y no virtud a conciencia. Como a todos, la naturaleza le dotó de cosas buenas y malas, y no tenemos claro quién, en el balance de esa dote, sale ganando.
Por Cástor y Pólux.
No hay comentarios :
Publicar un comentario