Recordamos como hace ya tiempo
llegó a nuestras manos un cuaderno sobre fenomenología. Era una traducción del
francés de un cuaderno universitario titulado “La fenomenología” –La phénoménologie-, y numerado como 31,
es decir que al menos habría 30 cuadernos más presumiblemente de temas
filosóficos.
El original fue escrito en 1949
por J.F. Lyotard, pero lo que nosotros teníamos era una edición argentina de
septiembre de 1973, ya va para 40 años. Su olor a rancio denotaba el paso del
tiempo. Era la quinta edición, con una tirada de 5000 ejemplares realizada en
Buenos Aires. Creemos que una nada desdeñable cantidad teniendo en cuanta el
producto.
Pero lo que verdaderamente nos
impresionó fue su contenido. Aquello era…, incomprensible, se devanaba uno los
sesos en cada frase para intentar entender algo. El marcado carácter
academicista de aquellos escritos los hacía muy cultos, pero desesperantemente
aburridos y poco prácticos. Como tanto sucedió en la Universidad que
nosotros conocimos (no sé en la actualidad) el conocimiento exhaustivo del
pensamiento de cada autor era el único contenido válido a ponderar. No había más.
Tan sólo algún catedrático “fuera de onda” valoraba aspectos que tenían que ver
más con la creación filosófica que con la pura memoria.
Con el paso del tiempo
descubrimos, independientemente de la valoración académica, la importancia en
la vida de una buena memoria, mientras más prodigiosa mejor. Cuánta gente hemos
visto triunfar por la memoria. La inteligencia raramente suple la memoria (aunque
la supere), pero la memoria suele pasar con facilidad por inteligencia. Cuántos
años hemos sufrido la nefasta dirección de gente cuya incapacidad disimula con
memoria. Nosotros no tenemos especialmente ni inteligencia ni memoria, por eso
nos podemos permitir hablar de ello. Cuánto cansa sufrir a un jefe de ese
estilo, pero si además el jefe es inepto cansa doblemente. Pero ojo, no estamos
contra los jefes, ni pensamos que ser jefe sea una garantía de ineptitud. Hay
jefes que sirven y ayudan, y aunque sean pocos, demuestran que no
necesariamente el jefe es siempre indeseable, y que hay alguien con suficiente
visión como para situarle en ese puesto. Lo verdaderamente indeseable es la situación
que hace posible que la ineptitud dirija a los demás, que haya personas capaces
de hacer dirigir su empresa, sea cual sea, por alguien que no sirva. No pasa
nada, todos no vamos a ser Einstein, ni astronautas, ni siquiera, bajando el listón, jefecillos de algo, es normal. Debe dirigir quien sepa dirigir,
no quien le toque por las circunstancias. Los demás deberemos entenderlo y
asumirlo. Además, hay que reconocer que es más fácil dejarse dirigir que hacerlo,
y más si nos dirigen bien. No se trata de poner verdes a nuestros jefes por
serlo, que es lo usual, pero a veces se merecen algo más que nuestro desprecio.
Por Cástor y Pólux.
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