Hay personas que opinan que la muerte no tiene sentido. La muerte
se puede enfocar bajo muchos aspectos, pero creo que todos convergen en que es
el último acto, o el acto final, de la vida. La vida, igualmente, se puede
enfocar bajo múltiples ópticas. Yo me voy a fijar en la siguiente: la vida, al
fin y al cabo, se mide por los hechos, que son los que quedan, de igual forma
que una sucesión de los mismos conforman un libro de Historia. Así pues, la
historia de cada uno, como decía, está marcada primordialmente por lo que hace;
de estos hechos emana un sentido, basado, prioritariamente, en las leyes de la
biología, pero no se queda necesariamente en éstas. Así, podemos colegir que un
individuo ha comido, ha bebido, y ha dormido cada día –en mayor o menor
medida-, para poder subsistir. Después, como en estratos, coexisten otros
sentidos que devienen de satisfacer las necesidades económicas, afectivas, e
incluso los miedos, que, como una amalgama, conforman la personalidad de cada
individuo. Así, ir a trabajar cada día, tener un detalle con una persona amada,
o agarrarse a una barandilla al mirar por un precipicio son los hechos, cuyos
sentidos se corresponden con los mencionados en el punto anterior.
Representación de la muerte. |
Así pues, la vida es una sucesión de hechos, que tienen un sentido
en particular; estos sentidos guardan una relación más o menos conexa entre sí,
ya que forman una historia, que es la vida de cada persona. Si tomamos la
premisa de que la muerte no tiene sentido, podemos deducir que la vida en su
conjunto, o globalidad, tampoco la tiene.
Hay un epitafio del tiempo de los romanos que glosa estos
pensamientos: “In nihilo ab nihilo quam cito recidimus”, “en la nada, de la
nada, qué pronto recaemos”.
Por Dédalo.
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