"Todo tiene un principio y un final". Así podría enunciar una de las "leyes" más básicas de la vida. A pesar de que la experiencia y la propia vida nos la muestran una y otra vez con total evidencia, el carácter definitorio del ser humano, su incesante tendencia a buscar una explicación más allá de lo evidente, la diferenciación que la mente le impone en su estar en el mundo, pretende saltarse esa "ley", y encontrar en lugar de ese "final" la "eternidad" que le perpetúe en no perder aquello a lo que tiende.
El ser humano posee la vida, que se inició con su nacimiento, y quiere evitar el final, la muerte, perpetuándose. El no lograrlo es la gran tragedia vital de quienes no aceptan las leyes básicas de la vida. Pero quien no acepta la tragedia, ni el propio destino de la existencia de un final, recurre a lo único que queda, la idealización de sus pretensiones de eternidad, Dios.
Miles y miles de razones puede darse la mente para interpretar la realidad, pero todo parece indiciar que esa realidad a que se enfrenta e intenta descifrar la mente es una y la misma para todos los seres, con su principio y su fin, comprendido o no. Y llegado el fin sólo nos cabe aceptarlo, o mejor, haberlo aceptado previamente. Después todo dejará de existir para la mente.
Por Pólux.
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