El sentimiento de pertenencia a una tierra, que nada tiene que ver con el sentimiento nacionalista, acaba apareciendo en casi todas las personas, incluso en aquéllas que inicialmente no lo sienten o declaran abiertamente su inexistencia. No se trata de un cambio de opinión o de la toma de una decisión guiada por la reflexión, no, es algo mucho más simple y básico.
Con el paso de los años se suele reconocer aquello que ha influído en nuestra forma de ser o que nos ha modelado para ser como somos, y sin duda, una de las cosas que más nos influyen son la tierra, la cultura, la mentalidad y la idiosincrasia en las que nos desarrollamos, principalmente en la niñez y en la adolescencia, que revivimos a través del recuerdo.
Al final, uno tiende a lo que es, y sólo nuestros orígenes nos muestran eso. Por ello la mejor playa que recomendamos a los demás es a la que ìbamos siempre de pequeños, o la Semana Santa más entrañable es la que vivimos tantos años en nuestro pueblo, o la mejor tierra, a la que uno siente pertenecer, es en la que vivimos los años de niñez y adolescencia.
Por Pólux.
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