Estamos acostumbrados a juzgar y valorar a los demás en función de actos que calificamos como buenos o malos. Pero la verdadera medida del valor y la calidad de una persona nos la da su capacidad para reconocer errores y afrontarlos (dar la cara si es el caso).
Y es que actos buenos o malos los vamos a cometer todos y siempre, pero rectificar y reconocer un error frente a uno mismo y, sobre todo, frente a los demás, es un acto que no todos somos capaces de realizar, y esa dificultad para hacerlo es lo que le da su gran valor.
La humildad, la flexibilidad mental y la empatía necesarias para pedir disculpas superan en mucho la actitud negativa que llevó al acto por el que se piden ahora esas disculpas.
Ayer alguien anónimo me lo demostró y me hizo ver su grandeza, porque dio un paso para dar la cara y reconocer su error cuando ni siquiera era necesario.
Ese alguien no sabrá nunca que le refiero en estas palabras, que son mi agradecimiento personal por todo lo que me ha hecho ver con su reconocimiento.
Por Pólux.
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