El frío hace mella ya en estos lugares donde se encuentra nuestra atalaya, frente al mar y sobre un acantilado, principalmente por las mañanas. Empezamos a recoger nuestros bártulos a pesar de no tener aún claro hacia donde iremos. Otro cambio.
Ya hemos hablado en varias ocasiones del cambio, esencia de la vida y del propio acontecer. Y aún siendo así nuestra naturaleza humana presenta una resistencia al cambio que le es connatural. Una aparente contradicción, pero sólo aparente, pues la contradicción sólo existe en nuestra forma de pensar las cosas, no en éstas.
Como estamos en la costa sólo tenemos dos opciones, ir al norte, siguiendo esta costa portuguesa, o al sur, hacia el impresionante cabo de San Vicente, para acabar otra vez en la provincia onubense o más al este. Mientras decidimos recogemos nuestras cosas, seguimos pasando frío por las noches y las mañanas y disfrutamos de la vista sin igual que nos proporciona nuestra atalaya. Es un espectáculo sin igual ver las olas alentadas y crecidas por el viendo chocar una y otra vez contra las rocas de la playa o del pie del acantilado. Es una forma más de sentir la fuerza de la naturaleza.
Nos apenará dejar este lugar que tanto nos ha dado, pero nos alegrará arribar a otro que nos aportará visiones nuevas, formas nuevas de entender el mundo y a nosotros mismos. Como también suele suceder muchas veces, vamos y venimos porque no sabemos bien lo que queremos, y es que la mayoría de la veces lo único que tenemos claro es lo que no queremos, sólo que éso no suele ser suficiente para vivir.
Por Cástor y Pólux.
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