Aquel sueño fue especial. Era un niño. Estaba jugando
con otros niños. La sensación era que nos lo estábamos pasando muy bien.
Corríamos por la casa donde había vivido de pequeño y especialmente por el
enorme jardín.
En la realidad aquél jardín, que en el sueño era el
jardín de verdad de aquella casa, estaba lleno de recuerdos. Tenía su
merendero, su piscina (en realidad era una pequeña alberca hecha para refrescarnos
en verano), su aljibe llena de babosas, el patio lateral donde jugábamos a la
pelota, el cuarto donde se guardaban trastos, desconchado, viejo y sucio, y
sobre todo las plantas y el gigantesco limonero del centro que cubría una gran
parte de jardín. Nunca he visto un limonero tan grande. Me recuerdo subiendo a
él con una escalera y trepando por sus ramas mientras cogía los enormes limones
y los dejaba caer con cuidado sobre la tierra para no estropearlos, mientras mi
padre miraba alerta. Delgado y pequeño, yo era el único que podía trepar entre
las ramas de aquella forma, y eso me llenaba de orgullo.
Pero volvamos al sueño, después de varios juegos
empezamos a jugar al escondite. Corríamos, nos escondíamos, salíamos de nuestro
escondite y volvíamos a escondernos…Después el juego varió en algo, no lo
recuerdo bien, y yo, junto con alguien más estaba buscando a los demás. De
pronto me paré y levanté una especie de tapadera del suelo (podría haber sido
la aljibe pero no lo era). Dentro había agua, que casi rebosó al quitar la tapa.
Del agua surgió un cadáver, alguien que estaba allí ahogado, y
cuando por fin le vi la cara me di cuenta de que era … yo mismo. En ese
instante yo ya era un poco mayor y comprendí que quien había muerto era mi
infancia. Allí estaba yo, mirándome a mí mismo más pequeño y ahogado,
comprendiendo que la infancia no volvería nunca más, y sintiendo una gran
desolación y tristeza por ello.
En ese momento me desperté muy impresionado, tanto que
aún hoy, después de tantos años, lo recuerdo. La idea y el sentimiento
resonaban claramente en mi cabeza: la infancia perdida jamás volverá. Y hoy
constato que no sólo se trata de eso. La infancia, aunque la recordemos, cada
vez está más lejos en el tiempo y cada año se vuelve más difusa.
Por Cástor y Pólux.
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