Solemos
admitir sin problemas que las apariencias engañan. ¿Por qué entonces nos
dejamos llevar tan fácilmente por ellas? Mostramos nuestra mejor cara a los
demás porque ello facilita las relaciones sociales y personales. Pero si lo
sabemos, ¿por qué nos extrañamos de que ese vecino tan educado y cordial
acabara en la cárcel por estafa, o de que ese conocido siempre tan solícito y
con cara de buena persona esté procesado por asesinato? Los actos que
denominamos “malos” no dejan huella en el rostro, ni un tufo especial que nos
prevenga. Son eso, actos, y hasta que no se cometen no comprometen a quien los
hace.
Cierto es que
hay personas con mala condición. Digamos que se les ve venir, que nos esperamos
cualquier cosa de ellos. Pero tampoco siempre en eso acertamos.
¿Recordáis la
película “El Bola”? Ese padre cogiendo de la mano a su hijo por la calle,
transmitiendo un amor paternal digno de elogio, y después en casa cruzándole la
cara a bofetadas con cualquier pretexto. Y la realidad está plagada de más ejemplos de los que lo puedan estar todas las películas juntas. Si se es como se es, ¿por qué querer aparentar lo que no se es? Simplemente
porque la presión de lo social es tan fuerte que aprendemos a "movernos" (aparentar) con los
estereotipos aceptados para evitar el rechazo público.
Esa doble
cara, esa doble vida, no es en realidad doble. El dolor persiste y la
apariencia se esfuma rápidamente. No, no es doble vida. Es la vida del dolor,
de la ira, del odio, de la falta de amor, vestida de apariencia amable. Lo real
de esa vida es sólo el acto negativo hacia los otros (y muchas veces hacia uno
mismo), lo demás es apariencia insustancial.
Somos nosotros
los que, también falsamente, nos sorprendemos ante lo que no es sorprendente,
nos rasgamos las vestiduras como si no supiéramos ya lo que sucede.
Creo que de
alguna forma todos vivimos esa “doble” vida, como forma de evitar la censura
social ante pensamientos y fantasías que mantenemos en la intimidad por miedo a
ser marcados. Eso es normal, pero también es usado de la misma forma por quien
oculta algo más profundo y doloroso, por quien oculta una culpa o unos actos
deplorables que no pueden ser aceptados por los demás.
Por Helena de Troya y Pólux.
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