JUAN RAMÓN JIMÉNEZ.
UNA SIEN CONTRA MI HOMBRO.
En aquel balcón tan largo, nos quedamos los dos solos.
Desde la mañana hermosa de aquel día, éramos novios.
Los verdores del jardín anochecían sus tonos
con las nubéculas rojas del oscurecer de otoño.
Yo te quería besar y tú cerrabas los ojos;
me señalabas tus sienes, te dolía tu tesoro.
Caían las hojas mustias en el pozo silencioso
y en el aire erraba aún el calor del heliotropo.
No me querías mirar. Te abrí a la fuerza los ojos,
te me abrazaste clavándome una sien contra mi hombro.
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