La vanidad, la soberbia y la arrogancia, son hoy tenidas, de alguna manera, por virtudes, por cuanto son comportamientos y formas de ser que se han vuelto comunes y, como tales, nos acostumbramos a verlo. Y lo común y la costumbre hacen que se acepten las cosas.
Esos tres adjetivos se confunden con virtudes porque aparentan seguridad, fuerza a imposición a los demás, es decir, no dejarse avasallar. Pero no es más que eso, una confusión. Tenemos un ejemplo claro estos días con nuestros políticos. Parece que quien menos votos ha obtenido se muestra más arrogante y soberbio con exigencias fuera de lugar hacia quien más votos ha obtenido.
No voy a entrar en demagogias interpretativas sobre el significado del voto. Eso lo dejo para esos malos políticos nuestros, esos que empeñados en sus minorías hacen cábalas interpretando siempre a su favor lo que han querido decir los votos del pueblo. No hay nada que interpretar. Hay algo muy básico que parece olvidarse, y es que quien más votos obtiene está más legitimado ante quien menos votos ha obtenido. Pero ahora las fuerzas menos votadas se empeñan en deslegitimar al señor Rajoy en contra de lo manifestado por el pueblo.
Me da igual ser de derechas o de izquierdas, radical o no, me guste o no el señor Rajoy, ha ganado con diferencia las elecciones, y no hay nada más democrático que aceptar eso. Y es que antes de ser de derechas o de izquierdas debemos ser demócratas. Luego vendrán pactos más o menos naturales, allá sus artífices con su responsabilidad, y podrá gobernar otro partido, porque el sistema de pactos postelectorales lo permite, pero por Dios, no nieguen lo evidente.
Me gustaría ver más sensatez en las palabras del señor Rivera, porque es una persona que creo que vale, pero, ¿por qué se empeña en vetar a un señor que ha sacado más votos que él que ha sacado menos que en la anterior consulta electoral?
Vanidad, soberbia y arrogancia la del señor Sánchez y el señor Iglesias, y más aún las del primero que ni siquiera ha hecho la autocrítica que ha realizado el segundo.
A mi vecino le hubiera gustado otro resultado, y a mi otro también, y a mi jefe otro distinto, pero a ninguno de ellos les he escuchado los despropósitos poco democráticos que he oído por boca de nuestros políticos. Y hasta yo me siento en la obligación de admitir el amparo popular del señor Rajoy y su validación para gobernar.
Decepción, es el adjetivo que define mi estado de ánimo ante la vanidad, la soberbia y la arrogancia de la que están haciendo gala muchos de los políticos que han de dirigirnos y gobernarnos. Miedo me da estar en manos de personas así. Pero es lo que hay.
Por Pólux.
No hay comentarios :
Publicar un comentario