A veces nada nos reconforta, pareciera que hubiésemos perdido la sensibilidad por la vida. Es el momento en el que los pensamientos y los sentimientos negativos aprovechan para inundar nuestra mente, o más bien diría, el momento en que aprovechan para hacerse con el mando de nuestra mente. La voluntad se convierte en un privilegio fuera de nuestro alcance. La vida se transforma en una rampa que bajamos hacia el averno.
Una palmadita en la espalda y una frase de libro de autoayuda son la ofensa de quien no tiene ni idea por lo que se pasa.
La pérdida de la sensibilidad por la vida es en realidad cuestión distinta, aunque compañera de ese viaje que inicia el tránsito por los cimientos más descarnados del ánimo, por el último escalón de la desesperanza y la desesperación.
No hablo de un día malo, ni de una mala racha, ni del desánimo por lo no conseguido o por la humillación. No, no hablo de llamar la atención, ni del dolor por una pérdida, ni siquiera de la más fuerte desazón. De lo que hablo ya lo sabe quien hasta aquí ha llegado leyendo y ya lo sabe.
El último escalón es oscuro, una puerta se cierra a nuestra espalda. Todo se contrae y no hay donde asirse. Mejor que no nos hablen de lo que no saben. Un día, con suerte, se abrirá un resquicio por donde entrará un exiguo rayo de luz, lo suficiente para indicarnos hacia donde volver a caminar. Y con otro poco de suerte iniciaremos la vuelta.
De nuevo aquí, en la "normalidad", nada podremos decir porque nada se podrá comprender.
Por Pólux.
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