Solemos vivir de espaldas a la única realidad que a día de hoy estamos seguros que sucederá, la muerte. Vivimos como si ésta no fuera con nosotros, como si de algo ajeno se tratara.
La muerte, como hecho que es, sólo puede ser aceptada. Esas preguntas que no hacemos cuando fallece alguien conocido y joven (¿por qué el?, no es justa su muerte, con lo bueno que era ... ) son las que no tienen sentido, no la muerte en sí. Esas preguntas denotan la no aceptación del hecho.
Emocionalmente puede entenderse cierta aversión hacia ella, pero racionalmente no tiene ningún sentido negar lo evidente. Lo que sucede es que también cobra especial relevancia el aspecto puramente material. Nuestro arraigado sentido materialista nos impide ver con claridad la esencia del problema, y esa esencia nos lleva a reconocer que tal problema no existe. Como tantas veces se ha dicho, lo que no tiene solución, simplemente, no es un problema, y las razones que nos llevan a entenderlo como tal no son nada "razonables".
Por Cástor y Pólux.
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