EL
SISTEMA Y LA LIBERTAD.
Por Pólux
(04-08-2013).
¿Qué nos falta para vivir de verdad en libertad? En España
gozamos de una democracia y un estado aconfesional, donde la constitución
"garantiza" la igualdad y la libertad de pensamiento.
Hace algunos años, antes de la democracia, España era un estado
confesional, donde declararse comunista, ateo u homosexual era sinónimo de
"destierro" social. Hoy día me alegro de que no sea así, aunque
aún quedan rescoldos de una mentalidad que cree en una "normalidad"
que no acepta la adopción de un hijo por una pareja gay, o que piensa que un
ateo es una persona sin principios capaz de cualquier cosa, o que cree que el
bien y el mal son patrimonio de personas "de orden" o de la religión
que ellos profesan.
Las mentalidades suelen ser más fuertes que los sistemas
políticos, sociales o religiosos, aunque con el tiempo acaban en muchos casos
sometidas a éstos. Pero los tiempos cambian, y lo que en una época era un
principio aceptado para la convivencia -represivo o no- en otra deja de tener
sentido. ¿Qué queda de la represión que en otras épocas -alguna no muy lejana-
ejerció la religión en España? ¿Para qué sirvió? ¿En qué quedó la represión
política y el sufrimiento que se produjo tras la cruenta guerra civil de nuestro
país?
Ahora parece que gozamos de más libertad, ¿es real o un
espejismos? Hoy los mecanismos de represión son más sutiles, pues serían
desechados si se evidenciaran. Nuestra libertad es en realidad la que nos
permiten los estrechos engranajes de los que formamos parte en esta sociedad de
consumo. Nuestra sociedad es ante todo manipuladora e influyente, y todo lo
somete a esos "principios", incluida la libertad.
El último rescoldo de verdadera libertad que nos queda es la
libertad individual, siempre que sepamos gestionarla y no sucumbamos a los
deseos inducidos de la manipulación publicitaria, que es el arma más poderosa
que en libertad usa la política y todo sistema globalizante. El poder no suele
ir de la mano de la libertad, por ello desconfiamos intuitivamente de todo
sistema que ejerza cualquier forma de poder: gestores de grandes empresas,
directores de grandes periódicos que nos quieren hacer creer que sus intereses
son los nuestros, cualquiera con poder que diga ejercerlo en nuestro nombre.
Pero alguien tiene que dirigir un país ... Uno de los problemas
de la globalización es la de dar un ingente poder a instituciones y personas
cada vez más alejadas del pueblo, de las individualidades. ¿No nos sentimos ya
ignorados cuando escuchamos a un gestor o un político hablar de cifras
"macroeconómicas"? Ese es el problema, que nosotros tratamos con
economías individuales, nuestras economías, que no tienen un traslado real a
las cifras de economía global que manejan aquéllos que nos dirigen. Pero éste
es un problema insalvable, estructural. Seguro que tampoco nos gustaría
retroceder unos siglos y volver a una economía individual que no permita el
progreso y las comodidades de las que disfrutamos hoy (el llamado estado de
bienestar).
Por eso, finalmente, agachamos la cabeza y seguimos hacia
adelante pensando que éste es el menos malo de los sistemas. Ya se encarga él
de no ahogarnos y dejarnos algo de libertad individual para poder mantenerse él
mismo. El sistema está si nosotros estamos. Y en ese acuerdo tácito estamos,
queriendo y temiendo, aguantando pero subsistiendo. Nos manipulan sutilmente
para que parezca otra cosa. Y es que al final el bienestar lo valoramos por
encima de la libertad, al menos no encuentro mejor explicación para entender
cómo este sistema social y político se mantiene a pesar de los baches y crisis
que sistemáticamente le asaltan.
Creo que solemos engañarnos cuando tomamos distancia con el
sistema y lo declaramos algo ajeno que nos “invade”. El sistema somos nosotros,
es un reflejo de nosotros mismos, por eso no queremos reconocernos en él,
porque no nos gusta ver nuestros propios defectos. Los problemas sociales de la
libertad son en el fondo los mismos que los de la libertad individual (aunque
no se planteen de forma idéntica). Porque también ésta hay que saber
gestionarla frente a quienes tenemos a nuestro lado. Si somos honestos hemos de
saber que no podemos exigirle al sistema más de lo que nos exijamos a nosotros
mismos.
El sistema habla de generalidad, nosotros de la particularidad,
y eso es lo que hace irreconciliables los puntos de vista de uno y otros. Pero
entendido el problema y aceptada la irresoluble discusión, no podemos olvidar
que es normal sentirse antes individualidad que colectividad, aunque una
categoría lleve a la otra, y seguramente por eso seguimos valorando nuestra
libertad individual por encima de todo.
Cada cual elije en lo que creer (en principio). En eso consiste
la libertad individual. Querer elegir por los demás es ejercer el poder.
Inconscientemente queremos que los demás piensen como nosotros, pues creemos
que poseemos la verdad, aunque sea de forma inocente. Si creo en algo y estoy
convencido de ello llegaré a pensar que quien no lo crea así está equivocado.
Ése es el germen de la represión. Hemos de ser más flexibles en nuestros
pensamientos.
Personalmente me alegro de vivir en un lugar donde nadie está
obligado a pensar de forma determinada, donde puedo ir vestido como quiera,
donde ninguna religión me marque por no adoptar determinada ortodoxia, donde
puedo expresar lo que quiera o donde puedo ir donde quiera, a pesar de las
limitaciones del sistema que todo eso ampara, principalmente la de quedar fuera
de esos beneficios si pierdes cierto status y la indefensión producida cuando
quedas atrapados en sus desengrasados engranajes.
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