Somos uno de los
productos más novedosos de la evolución, pues nuestra especie apareció, comparando
con el tiempo transcurrido desde que se inició la vida más elemental en nuestro
planeta, hace un suspiro. Muchos han sido los homínidos que han ido
descubriéndose a lo largo de los últimos siglos: homo habilis, homo ergaster, homo
erectus, homo antecessor, homo neandertalensis o el australopitecus, por citar
algunos. Pero a pesar de lo que pudo parecer durante algún tiempo, no
descendemos directamente de ninguno de ellos, si bien nuestro antecesor
directo, el homo sapiens, convivió con algunos de ellos en el tiempo. De hecho,
las pruebas genéticas que hoy pueden aplicarse determinan que aproximadamente
un dos por ciento de nuestro código genético proviene directamente del
australopitecus, lo que demuestra que hubo cruzamientos del material genético
de ambos, es decir, que pudieron aparearse y tener descendencia.
El
autralopitecus llegó a tener incluso más volumen en la cavidad craneal que
nosotros (una medida indirecta, y a veces cuestionada por no tratarse de un
índice inequívoco, del desarrollo cerebral y mental).
El origen de nuestras
capacidades mentales sigue siendo un misterio, y el conocimiento de nuestra línea
evolutiva como especie, tan fragmentada y llena de interrogantes, apenas arroja
luz sobre ello.
¡Cuánta ansia
por conocer mi propio origen y la evolución que me he hecho ser como soy! Sólo
siento no poder vivir lo suficiente para que la ciencia descubra lo que hoy son
misterios de la mente.
Por Pólux.
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