Uno de los ardides más usados en publicidad es dar algo gratis. Y si es de los más usados es porque es de los más efectivos. Poco hay que nos haga sentirnos más poderosos e importantes que poseer. Si encima nos dan la posibilidad de poseer sin esfuerzo el resultado va más allá de lo que podemos imaginar.
Claro que nos beneficiamos por adquirir algo gratis, pero a cambio de la manipulación de nuestras decisiones, que aparentan ser libres (escogemos algo gratis sin que nos obliguen) pero que están compradas con nuestra necesidad de poseer.
Nuestra mente funciona como funciona, y los publicistas lo saben y lo aprovechan para sacar partido a su trabajo. ¿Dónde está en la publicidad el límite entre lo éticamente aceptable y lo que va más allá? ¿Tal vez cuando se mengua o anula la voluntad?, pero ¿cuándo sucede eso?, ¿cómo se mide?
Nuestra mente funciona como funciona, y los publicistas lo saben y lo aprovechan para sacar partido a su trabajo. ¿Dónde está en la publicidad el límite entre lo éticamente aceptable y lo que va más allá? ¿Tal vez cuando se mengua o anula la voluntad?, pero ¿cuándo sucede eso?, ¿cómo se mide?
Por Cástor y Pólux.
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