Hace ya muchos años me sorprendió la confesión que me hizo el entonces un amigo. Me dijo que envidiaba la estabilidad y la seguridad que yo disfrutaba en mi vida. Por aquél entonces yo pensaba que mi vida no era estable ni segura, sino aburrida y olvidada, y que lo que menos podría sentir alguien era envidia de esa vida.
Por eso aquella confesión me hizo reflexionar y apreciar de otra forma lo que tenía. Si alguien creía que mi vida era así sería porque, como mínimo, lo parecería. Tras darle muchas vueltas acabé entendiendo que mi vida no era ni aburrida ni olvidada, lo que sucedía era que yo me sentía así.
En la entrada de ayer decía "Podemos aprender mucho más de nosotros mismos escuchando a los demás, pero es más difícil aceptarlo cuando no es lo que queremos escuchar". Eso mismo es lo que explico hoy con un ejemplo. ¿Cómo alguien va a ver interesante y envidiable una vida aburrida como la mía? Porque el valor de mi vida se había hecho tan normal para mí que acabé no dándole importancia, y tuvo que venir alguien ajeno a recordarme esa importancia.
Si hubiera sido un aspecto negativo de mi vida, del que yo no fuera consciente, lo que me hubiese mostrado con su confesión mi amigo, tal vez me habría costado mucho más aceptarlo, o simplemente no lo habría hecho.
Por Pólux.
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