Uno de los aspectos que define
el arte es el de ser un acto libre. Mientras más libre y menos sujeto a
convencionalismos y normas más podremos considerarlo como arte. Pero muchas veces no sabemos reconocerlo, y tendemos a identificar el acto libre y original con lo ya existente, como si no fuera ni tan libre ni tan original.
Recuerdo una entrevista realiza hace algún tiempo ya a un artista reconocido, arquitecto y escultor, cuya obra es muy original e imaginativa, y a la que nadie dudaba en considerar arte por sus características especiales.
En esa entrevista, el artista manifestó que una de las cosas que más le frustraban como comenzó su carrera fue la continua comparación de su obra con la de algún otro artista ya existente. Tal vez para nosotros, ajenos a sus sentimientos y amor propio, el hecho de comparar su obra fuera una forma de poder identificarla frente a los demás, por analogía en algún aspecto a otra existente, pero para el artista era una forma de decirle constantemente que su obra no era original, pues siempre le comparaban con alguien que había hecho algo parecido.
Aquella situación fue injusta y cruel para el artista, pues inducía a pensar lo contrario de lo que era. De hecho, con el paso de los años, es él quien se ha convertido en una referencia, y hoy nadie duda de su originalidad y de que su obra es única.
Son tantos los convencionalismos y prejuicios de los críticos y el público en general, que rara vez sabemos apreciar el arte cuando lo tenemos delante si antes la comunidad en general no lo considera como tal. Y es que para reconocer el arte con mayúscula, ese que es único, se ha de ser un poco artista y un poco humilde, aspectos que raramente suelen ir juntos.
Por Pólux.
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